A veces pienso cuándo nos llegará
la soñada normalidad. Cuando podremos levantarnos por la mañana y no tengamos
médicos, ni terapias ni miedos por florecer entre las sombras. Cuando dejará la
mala hierba obstinada de crecer entre el asfalto. Porque nosotros la vamos
cortando pero éstas siempre acaban encontrando un camino para volver. Cuando
podremos olvidarnos del pasado, pasar página y simplemente seguir. Cuando
podremos dejar de temblar cuando un médico te dice "siéntate" en su
consulta y tú escudriñas de manera inconsciente sus ojos por si vienen malas
noticias.
Uno hay días en que se cansa y se
enfada con el mundo. Y mucho. Días donde sólo quieres sentarte en un rincón y
llorar. No tu pena. No tus pérdidas. De llorar por él. Por los abrazos de mamá
que se perdió, por los besos que no le dieron, por los pinchazos que recibió en
lugar de leche, calor y amor.
Ya sé que tener hijos es tener la
sensación de llevar tu corazón en la mano y sentir angustia por lo qué pueda pasar.
Una no sabe lo que es miedo verdadero hasta que ve a un hijo enfermo, aunque
sea con un simple resfriado. Porque su dolor es infinitamente más insoportable que el tuyo propio, porque la maternidad te hace vulnerable, te quita la piel y
todos los envoltorios. Te deja desnuda en medio del bosque expuesta a las
manadas de lobos. Pero cuando esos miedos se vuelven reales, los lobos ya no están en tu imaginación, los lobos te muerden los pies y el corazón y te hacen heridas que el tiempo no consigue curar.
Mucho nos temíamos esto desde las
primeras pruebas auditivas y aunque nos decían que simplemente podría ser su prematuridad,
nosotros sabíamos, por mucho que nos engañáramos, que algo no acababa de ir bien.
Al final la pérdida es bastante leve y afecta sólo a los agudos. De hecho él
ahora hace vida normal sin audífonos: canta mil canciones, está empezando a
aprender inglés y sabe hablar más o menos bien dos lenguas. Pero con ellos podemos ayudarle
mucho. Darle una vida donde pueda tocar la guitarra, disfrutar del cine, oír el
canto de los pájaros.Pero eso no quita que me sienta enfadada con la vida. Estafada.
Pero entonces recuerdo todas las
paradas cardíacas, las veces que esas manos de ángel con bata blanca me lo
traían de vuelta, las veces que lo durmieron en quirófano y todas las que
pudo despertar desorientado y muerto de miedo. Todas las veces en que la suerte, a
pesar de los pesares, nos acompañó en una autopista contra dirección donde todos
los coches venían de cara y a mucha velocidad. Y recuerdo todas y cada una de
las veces en las que los esquivamos. Si que es cierto que nos rompieron el parabrisas y durante mucho tiempo incluso la puerta. Pero seguimos en la
carretera con las ruedas intactas. Y no puedo dejar de dar las gracias por eso.
Pero tengo miedo del futuro. De
su futuro. En mundo cada vez más desigual, más cruel, más discriminativo. Tengo
miedo de su adolescencia cuando no explique con orgullo como salió adelante y
esconda sus cicatrices. Tengo miedo de que puedan hacerlo llorar, que le
señalen. Tengo miedo, en definitiva, que sufra. Pero uno tiene que enfrentarse
al mundo. Tarde o temprano. Con las mejores armas que tenga. Él no tuvo las mejores pero tiene
una cabezonería y una constancia insuperables. A veces lo miro con esa fuerza que
desprende, esa sonrisa que lo ilumina y pienso que sí: que lo conseguirá, que
luchará, que será lo quiera ser en la vida. Que le hundirán la cabeza en el
lodo y saldrá a flote, que nadará contracorriente en los mares más bravos, que
conseguirá ser un hombre feliz. Él es así. Él siempre fue así. Eso es lo que
siempre le salvó la vida. Eso es lo que hace que sea tan especial, tan único,
tan fuerte. Eso es lo que hace que en días grises y nuevas luchas, una coja
aliento y de su mano se sienta capaz de escalar la más alta de las montañas. Y
desde la cima, el mundo es nuestro. Y desde la cima no hay reto imposible. No para él.
Impresionante! No tengas miedo porque tienes un pequeño gladiador!Y si ha salido adelante es porque tiene una gran fortaleza y todo lo que se proponga en esta vida seguro que lo consigue. Yo tambien soy mami de una niña prematura y es sorprendente las ganas de vivir y de superacion que tienen estos pequeños! Yo creo que todos los bebes prematuros siempre seran niños especiales! Un enorme besazoa Pol y a sus papás!
ResponEliminaMucho ánimo yo también tengo un pequeño con atresia esofagica, y aunque ni nacio prematuro ni se complico tanto me siento identificado con ustedes, lo dicho mucho ánimo y un besazo para el pequeño Pol.
ResponEliminaGracias a los dos por vuestros comentarios. Un abrazo
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