Era un
viernes normal. Con mi pequeña barriga paseaba por los pasillos de Sant Pau de
maternidad. A un lado madres recién paridas amamantaban a sus bebes, familiares
ruidosos felicitaban a padres noveles y al otro lado del pasillo barrigas y más
barrigas de embarazos difíciles, madres sin estrenar llenas de miedos,
incertidumbres y espera. Éramos las ingresadas por embarazos de alto riesgo, y
todo sea dicho, las mimadas del hospital.
Dos mundos
separados por un largo pasillo, dos caras de una misma moneda, el sufrimiento,
la duda, la espera... y las endorfinas desenfrenadas, la alegría de traer una
vida nueva al mundo, el amor en su estado más puro. Como la vida misma, cada
día amanecía en la maternidad de Sant Pau, con lo bueno y lo malo de eso que
llaman vivir.
Recuerdo
el día que salí de la consulta del doctor y me dejaron ingresada. El bebé no
crecía, la placenta se deterioraba, el cordón no funcionaba bien... Y los dos
desesperados, con cara de pánico, subimos a planta. La auxiliar, que se llamaba
Marta y era un amor, me explicaba cómo funcionaba todo allí y yo no podía parar
de llorar. Dejó de hablar y me abrazó muy fuerte. Me tocó la barriga, me dijo
que todo iba a salir bien. Y yo la creí. El mundo está lleno de personas
increíbles, buenas, con ángel...lástima que los malos gritan más alto y se les
oye más entre el ruido cotidiano. Además vamos todos tan locos en nuestro día a
día, arriba y abajo, siempre contrarreloj, que no nos permitimos sentir, amar,
dar y recibir.
Era
sobre las 12 cuando vinieron a ponerme las correas de control. Se ponen dos
veces al día a las embarazadas ingresadas. Tuve una contracción, un poco más
fuerte que otras, y las pulsaciones de mi bebe empezaron a bajar, llegaron a
60. Entonces no lo sabía pero eso era casi parada cardíaca. Mientras la curva
de la contracción subía las pulsaciones de mi bebe bajaban. Llamamos a la
comadrona, Rosa, que se fue corriendo al médico. El bebe se recuperó y parecía
que sólo había sido una bajada puntual. Por si acaso me pusieron una correas
extras a la tarde. Cuando casi estaban a punto de sacarlas Pol volvió avisar
que no estaba bien. Ya no llamaron al médico y me dijeron que me bajaban a
quirófano. No llegaban los camilleros y las auxiliares cogieron la cama y
corriendo (como en las pelis) me llevaron al ascensor.
Yo
sólo miraba a Rosa, una comadrona curtida en mil partos, con una cara que era
un poema. Verónica ponte de lado, que le llegue bien el oxígeno al nene. Allí
ya vi que la cosa no pintaba nada pero que nada bien. Cuando me ponían la vía en
el brazo, vi como a Rosa le temblaban ligeramente las manos.
Me
metieron en quirófano y todo fue tan y tan rápido que yo era incapaz de
asimilarlo. Tan rápido fue que no me pudieron poner la epidural ya que tarda en
hacer efecto y me la pusieron directamente en la médula. Temblaba tanto que uno
de los dos anestesistas tuvo que abrazarme para sujetarme mejor y que no me
moviera. Me pusieron el oxígeno en la nariz para que le llegara mejor a Pol y
me monitorizaron. El médico me decía: no va a llorar, es demasiado
pequeño, los pulmones no están del todo hechos. Es normal que no llore, no te
asustes por eso, vale? Vamos hacer todo lo posible.
El
doctor le decía medio gritando a la auxiliar que desinfectara más rápido la
zona, que no había tiempo. Ahí sí que pensé, por primera vez, que mi hijo se me
podía morir, ahí sentí un pánico desgarrador, como un agujero en el pecho
abierto a quemarropa. Hasta que Pol lloró con la fuerza y la energía de un
huracán desenfrenado... y comenzó nuestra batalla por la vida
<3 soc mare d'un nen prematur de 30 setmanes y el teu relat em te emocionadíssima. Llegint aquest post m'he sentit taaaant identificada. El meu part va ser molt semblant, i recordo que l'anestessista em va dir exactament el mateix, que no ploraria i que no m'espantés. Al igual que en Pol, el meu petit samurai va plorar amb totes les seves forces donant a entendre que havia nascut per lluitar contra el que fes falta. Molts ànims bonica!!! per a tota la familia y una abraçada a en Pol!! :)
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