Aún
recuerdo tus pataditas enérgicas dentro de mí. A veces cuando estoy triste me
toco la barriga y puedo recordar esa sensación tan linda de estar creando una vida. Entonces pensaba que no podía quererte más, que
perderte sería tragedia. Luego llegaste con esa energía inquebrantable y
superaste todo lo superable. Entonces pensé que no podía amarte más, ahora que
ya te había conocido. Pero me equivocaba. Lo que te hace madre, madre de
verdad, no es llevarlo en tu vientre, ni siquiera parirlo. La maternidad llega
cuando lo arropas por la noche, le das un dulce beso de buenas noches, lo
alimentas (aunque sea a través de una sonda). La maternidad y el amor llegan a
través de la crianza, del apego, de las malas noches y el despertar con su
sonrisa. Y sí, me equivoqué. Porque juré que no podía quererte más. Que
perderte en la uci hubiera sido lo peor de mi vida. Y estaba equivocada. Ahora
lo sé. Lo peor de mi vida sería perderte mañana. Ahora que conseguí traerte a
casa, ahora que me haces tan feliz...ahora que llenaste la cuna vacía. T'estimo
petit
4 de julio del 2013
Mañana hacen dos años de la operación de Pol, de
toda esa angustia agarrada al pecho que parecía estallar, de la larga noche en
el hospital donde parecía que nunca iba a amanecer, del miedo atroz de perderte
que no me dejaba respirar. Pero también pronto hará dos años del despertar
tras el largo sueño, de ese "mamá" con una vocecilla apenas audible
por la medicación, de las esperanzas de enterrar los pañuelitos y las sondas,
de la primera vez que pedí a las enfermeras un babero, llorando de felicidad,
para darte tu primera comida, del sol abrasador de agosto que nos quemaba la
piel los minutitos que salíamos a respirar un poco de aire después de esas jornadas
maratonianas de hospital, de las bromas del Dr. Molino siempre con una sonrisa
cada vez que venía a tu habitación, de las primeras mini vacaciones juntos al
salir del hospital en el sitio más cercano por si había que salir corriendo y
que nos supieron a gloria. De esa maravillosa normalidad de pedir una sopa para
tu hijo y no estar pendiente de triturarla para pasar por la sonda, de vestirlo
una única vez durante todo el día, de decir adiós a las lavadoras continuas, de
estar juntos los tres y sentir el simple placer de estarlo, sin nada más. Y
aunque lo que vino los meses siguientes fue igual o más duro que la operación
me quedo con ese pequeño paréntesis de felicidad tan maravillosa, de ese verano
donde volvimos a nacer, los tres. Porque tú nos has enseñado que la vida es
eso: saber disfrutar cada segundo de esos paréntesis de felicidad absoluta que
hay entre el caos, la prisa y la rutina.
Tú eres ese pequeño oasis donde volver tras un día
duro, donde refugiarse en tus pequeños bracitos y tus besos salados y
constantes, esos besos que no te cansas de dar a todos tus amiguitos, esos
besos que te robaron esos primeros meses y que tú regalas a todos como desafío.
Y a veces miro al cielo, yo que sólo creo en tí y
en tu fuerza, y doy las gracias por tenerte conmigo. Porque no puedo olvidar
que tu vida es un regalo prestado, un regalo que no nos correspondía porque tu
destino era otro. Y que rompimos con todo eso, que nos salimos de la línea
marcada, de la muerte segura. Por eso miro al cielo, desde mi terraza, algunas
noche de luna llena, y doy las gracias al destino, al dios o a la ciencia que
te arrebató de los brazos de la muerte y te entregó a los míos. Y no tengo vida
suficiente para dar las gracias.
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