Sí,
los hay. Aunque parezca mentira. Instantes de ternura, risas, cariño y mucho
amor. Porque si algo no falta nunca con Pol es amor. Porque él es capaz de
ganarse el corazón más duro, de sacar la sonrisa al que llora, de llegarte muy
dentro. Hoy quiero quedarme con esos recuerdos. Aferrarme a ellos. Porque hoy
me siento sola, en medio de un océano en furia, embravecido, unas olas que me
ahogan a cada instante. Quiero colgarme de esos recuerdos, de esos trocitos de
felicidad, como quien se aferra a un salvavidas. Quiero que un día, cuando seas
mayor, sepas que a pesar del dolor, supimos encontrar pequeños instantes de
felicidad. Allí van...
-El
día que Anna te envolvió el piececito diminuto con papel de plata. Mi pequeño y
su bota de astronauta. Porque Anna es la ternura de Sant Pau. La que vuela con
sus bambas mágicas con cada pitido de las máquinas. La que cura con amor todas
las heridas. La que lo envolvía en su sabanita con esmero, mimo y cuidado. Eso
sí, antes que ella se diera la vuelta, ya se las había ingeniado él para
destaparse. Qué Pol es mucho Pol...
- El
día que nació Yaiza. Con su nombre de princesa llegó un día a la uci,
envuelta como un regalo, tan chiquitina y tan valiente, que su fuerza
se intuía detrás del envoltorio. Porque ella forma parte de nuestra historia.
Porque Pol y Yaiza pelearon durante meses para matarnos de un susto a sus
padres y a nosotros. Había días que me los imaginaba juntitos, en sus
incubadoras, dándose fuerza mutuamente, susurrando: aquí aguantamos lo que nos
echen, nena! Somos unos héroes!
- El
día que conocí a Alan. Ese rubito de anuncio tan tan guapo que no parecía real.
Desde el cristal saludaba a todos. Las enfermeras, las doctoras, todo el mundo
se volvió loco de repente. Había llegado Alan. El milagro de Sant Pau. La
historia a la que te aferras allí dentro como sinónimo de un milagro. Como
ejemplo de supervivencia. De que todo es posible. Ese día, en el que Pol estaba
tan malito, yo sólo pedía poder llegar allí un día, estar al otro lado del
cristal. Y ser nosotros el milagro. Y si cierro los ojos aún puedo sentir ese
abrazo de la abuela de Alan, tan cálido, tan cercano, que me dio fuerza cuando
más lo necesitaba
- Los
tardes de risas con Maite que siempre se las ingeniaba para hacernos reír
aunque estuviéramos muriéndonos de pena. Con sus abrazos bien apretados. Con su
sonrisa. Con sus miles de anécdotas.
- El
día que Marc pasó a pecera. En el lenguaje de los no hospitalarios, a
semicríticos. El lugar donde pasan los bebes una vez dejan de estar graves. Yo
lloraba y mucho. Porque él para mí era el símbolo de que se podía, se podía
salir de allí. Aunque para algunos la estancia se eternizara algún día se
llegaba a casa.
- El
día que le retiraron los drenajes. Esos malditos cajetines donde se acumulaba
el líquido linfático y que se llenaban con la misma rapidez con las que tú te
ibas apagando. Ese día en que te cogimos en brazos, después de tanto tiempo sin
poder hacerlo y sentí tu calor en mi pecho de nuevo. Y me distes fuerza para seguir.
- El día en que Yolanda hizo un "gusiluz" con tu pequeño cuerpecito y te envolvió como una momia egipcia para que pudieras dormir mejor. Porque estabas tan muerto de hambre que no dormías de pura desesperación y te comías los puñitos. Y ella te cogió con un cariño infinito y te fue envolviendo poquito a poco hasta que sólo se veía tu cabecita. Y me fui a casa feliz y tranquila.
- Los abrazos de Nuria. Reconfortantes, tiernos y largos como los de una mamá. Un ancla en medio del mar en la que uno cogía fuerzas para el siguiente asalto.
- Nadia diciéndole a Pol "hola chico". Con ese serenidad que sólo ella sabía transmitir en los momentos más duros. Con esa paz tan luminosa como su sonrisa.
- Los abrazos de Nuria. Reconfortantes, tiernos y largos como los de una mamá. Un ancla en medio del mar en la que uno cogía fuerzas para el siguiente asalto.
- Nadia diciéndole a Pol "hola chico". Con ese serenidad que sólo ella sabía transmitir en los momentos más duros. Con esa paz tan luminosa como su sonrisa.
- El primer y único día en que pude darte el pecho. Fue tan bonito tenerte así, tan cerca, tan dulce, que yo pensaba que me iba a morir de felicidad. Y luego llegar a casa pensando lo bonita que debe ser la maternidad cuando una cosa tan simple, tan intuitiva, tan natural no es una excepción sino una rutina.
- Las noches en que te ibas a dormir tranquila porque estabas con Marta. Y ella te cantaba "Mireu allà adalt" y te cogía en brazos y tú te olvidabas un poco del dolor, del hambre, del miedo. Porque aún hoy lo tienes clarísimo y le llamas tata en lugar de Marta. Y la miras, conociéndola, mientras te duermes en su pecho y reconoces sus latidos. Porque se adoran!
- El día del alta. Con todo el pasillo repleto de enfermeras, doctoras, auxiliares, personal de limpieza, todos despidiendo a Pol con una sonrisa en los labios y con la alegría de saber que sus ojos veían de nuevo un milagro. Y es que allí, en ese submundo de la planta -1 de Sant Pau, todo es posible. Porque como sabéis, allí habitan unas haditas buenas y mágicas de bata blanca. Unas hadas que con sus varitas y mucho amor y mucha ciencia hace milagros todos los días.
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